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martes, diciembre 23, 2008

Estoy sentado en un rincón de la sala de espera número dos. Estoy sentado en el piso, con mi portafolios en las piernas y usado como escritorio. La sala está llena. La temporada navideña ha dejado sin silla a mucha gente en esta sala. Muchos otros ni siquiera han alcanzado boletos.

Vine a la ciudad de México por cuestiones de trabajo. Como siempre que vengo, uso mis mismos trajecitos. Hago la selección de mi corbata de entre mi colección de 4; y sólo cuando uso este disfraz, uso mi único reloj de manecillas.

Por el tema invernal, tambien viajé con mi abrigo. Uno con motivos marinos. Muy elegante.

Aquí estoy yo, sentado en el piso. Ya me he desatado el botón de la camisa que me aprieta la garganta, y la corbata se ha aflojado un poco. El día fue muy pesado y me duelen los pies... un poco por el frío, un poco por la caminata y por estar parado tanto tiempo.

Voy regreso a casa, pero apenas están abordando los pasajeros que tienen boleto de las 10:30... el mío dice "11:30". Hace frío.

Enfrente mío, una familia que tambien está sentada en el piso, cena unos tacos con un guizado que tiene mucho chile rojo. El más grandecito de los niños, de unos cuatro o cinco añitos, se ha parado justo frente a mí, observándome, mientras sostiene su taco en su mano y el chile le escurre por la manita toda llena de tierra. El más chiquito de los niños, es amamantado por su madre, una mujer gorda que es la que come a más velocidad. El papá tambien está abrazando un niño. Éste, tiene un gorrito azul con una motita en la cabeza y los mocos le escurren hasta la boca. El papá tambien come, sentado en un costal que parece que tuviera desde cajas de cartón, hasta ropa y zapatos.

Estoy muy cansado. El vuelo de Guadalajara al DF, lo tomé esta mañana, muy temprano... pero anoche pasé una de esas crisis de insomnio que en este momento me está cobrando la factura.

En mi trabajo todo bien. Todo nuevo, por lo tanto, todo bien. Pero tuvimos tanto que hacer que casi se nos olvida comer. Y yo, desvelado, y sin desayunar, quería comerme aunque sea una libreta.

Una junta de último momento, de 4:00 a 5:00 terminó por desmadrar el plan. Así que, corriendo el riesgo de perder el vuelo de regreso, decidimos comer como nos lo merecíamos.

Ya en el restaurante, y despues de mi desayuno-comida-cena del día, mientras terminaba mi Crème brûlée, me dí cuenta que sólo un milagro me haría alcanzar mi vuelo de regreso.

Por supuesto que ese Filet Mignon, con ese vino tinto, en ese sitio tan exclusivo, y ese momento tan agradable, valían la pena si además de la fortuna que pagaría por ello, traía como consecuencia perder el vuelo...

Es interminable la gente que desfila frente a mis ojos. La gente corre con prisa, a empujones, con bultos enormes y pesados que son usados para abrirse paso por entre la muchedumbre que en ocasiones pareciera que todos forman un solo cuerpo de mil cabezas y dosmil piernas moviendose caóticamente.

A un lado mío, una botella mal tapada y un mal movimiento, provocaron un charco que amenaza mi traje azul... no me alcanzó a llegar... pero por las dudas, me recorro los únicos 20 centímetros que me permiten los teléfonos públicos que no han dejado de ser usados en todo este momento.

Justo en el Sanborn's, frente a ese restaurante de lujo donde comí, tomé el taxi que debía tener claro que necesitaba llegar al aeropuerto en 15 minutos.

-"¿A qué hora tienes que llegar al aeropuerto?"
-"A las 7:30, máximo..."
-"Yo creo que no la vamos a hacer..."

Mirando mi reloj de manecillas cada veinte segundos, parados en el tráfico, me angustiaba no llegar a tiempo... pero tambien recordaba la suave textura de ese postre de café, vainilla y caramelo.

Mucha gente me observa. La verdad es que no he visto a otro pasajero en esta ni en otras salas, que tenga la calma -como yo- de sacar su computadora y escribir mientras la gran mayoría tiene en sus rostros la típica cara de angustia y la prisa que se traduce en pasos rápidos, aunque cortos y respiraciones entrecortadas... Yo, sabiendo que todavía me falta una hora para abordar, lo tomo con más calma.

Llegamos al aeropuerto unos cuantos minutos antes de que saliera mi vuelo... en cualquier otra época del año, hubiera sido posible todavía abordar el avión. Pero en ésta temporada navideña todos quieren viajar y en la mayoría de los casos, ni todos los vuelos que se puedan programar serán suficientes para la enorme demanda.

-"Ese vuelo se cerró hace 10 minutos... Lo siento".
-"¿Eso quiere decir que perdí mi vuelo?" La verdad esa pregunta ingenua la hice sólo para ver si podía causar un poco de lástima y me dejaban subirme aunque sea a las cajuelas.
-"Sí."
-"¿Y me puedo subir al próximo vuelo?" No hay que ser un experto para saber que esa pregunta tambien tenía un enorme grado de ingenuidad, sabiendo que la gente podría pelearse a golpes por un asiento disponible... a donde fuera.
-"Hay una lista de espera de 25 pasajeros para el vuelo de las 9:00, y de 11 para el de las 9:30... ¿se quiere apuntar?" Pregunta tambien ingenua por parte del despachador... ni aunque fuera navidad y ni aunque mi carta al niño dios incluyera un lugar para esos dos vuelos, los tendría... lo sabíamos perfectamente él y yo.
-"Está bien. Barragán... Ajá, ese soy yo..."
-"Buena suerte".
-"Gracias".

Antes de las 9:30, el mismo despachador se nos acercó a los que esperábamos el milagro de que al avión le cupiera más gente y nos dijo que había lugares disponibles para el vuelo de las 8:00 de la mañana de mañana.

Corrí, ingenuamente a la terminal 1 para preguntar a la otra aerolínea si había un espacio para mí, y si además, era posible que tomaran en cuenta mi boleto de la competencia. (Apuesto que no es necesario que escriba aquí lo que recibí como respuesta).

Los olores, las formas, los colores... los mil rostros que al final parecen todos iguales. Las maletas, las bolsas, las cajas, los costales. Los niños, los ancianos, los fuertes, los enfermos. Los gritos, el ruido, las carcajadas, los ruidos que no se sabía de dónde venían. A mí todavía me quedaba la mitad de la pila de mi computadora y todavía mucho por escribir... Y más de media hora por esperar mi abordaje.

En el camioncito de regreso a la terminal 2, pensaba en qué es lo que tendría que hacer. Sabía que lo lógico-correcto, es buscar inmediatamente un hotel y apartar un lugar para el próximo vuelo. Lamentablemente, como soy nuevo en la compañía, no sabía qué implicaba tener que hacer ese gasto adicional, si no lo había pronosticado. En mi permiso de viaje, dejé muy claro que regresaba este mismo día y no sabía si sería posible justificar gastos adicionales, si fui responsable de perder mi vuelo de regreso. Un frenón repentino puso "pausa" a mis pensamientos. Era para permitir que un pasajero se bajara en la estación del Metro "Hangares".

Convertí mi situación en números: Si me quedaba y cambiaba el vuelo para el día siguiente, me costaría aproximadamente $1,300 del hotel, más los $500 del cambio de vuelo. Más el desayuno y los taxis que eso implicaran. No importaría, si no supiera que corría el riesgo de que yo lo tendría que pagar. Pensé en quedarme "acampando" en la sala de espera. Con un contacto eléctrico y acceso a internet, podría pasarme toda la noche despierto como lo he hecho muchas noches antes.

Ahora, me invadía la duda de qué es lo que haría... Derrepente una idea que para muchos podría sonar descabellada, comenzó a posicionarse: "¿Y si mejor paso la noche viajando?"

¿Qué sería de la vida si no dejamos que corra la adrenalina por las venas? ¿Qué sería de la vida si no corriéramos aunque sea riesgos pequeños? ¿Qué sería de nosotros si no sabemos reconocer las aventuras que se nos ponen enfrente? A veces, me gusta caminar en la raya. Caminar por el filo de la navaja, por la cuerda floja. Eso lo entendía cuando, apesar de saber que no era muy prudente tener mi computadora entre tanta gente lo hacía... cuando apesar de que debería estar cuidándome la espalda, estaba ahí, expuesto, sentado en el piso, mirando un teclado, rodeado de miles de personas que me miraban muy raro.

-"¿Cómo le hago para viajar a Guadalajara?"
-"Pues 'ora sí que sólo hasta mañana..."
-"¿Cómo puedo irme en autobus?"

Tenía dos alternativas: la segura, la sosa que incluía un boleto de taxis que costaba $220. La otra, la aventurera, que incluía un viaje por 9 estaciones del metro hasta la terminal del norte.

Como la segunda implicaba un poco de más emoción, y además costaba sólo $7.

Si yo me hubiera enterado que alguno de mis conocidos estuviera a punto de hacer esta locura, y quisiera detenerlo, no habría entendido la emoción que implicaba estar a punto de vivir esa "aventura".

Ahí estaba yo, en la estación del metro, elegantemente vestido, con una llamativa corbata roja, un traje azul marino y un saco de lana que se abotona cruzado. Con un maletín de piel que tiene al menos tres enormes letreros que dicen "IBM", que mandaban el clarísimo mensaje de "aquí traigo una computadora portátil".

En el camino, en el subir y bajar personas de mi vagón, en el ofrecimiento ambulante de discos compactos, láparitas de halógeno, y cápsulas de miel de abeja, llegamos por fin a la estación del metro de la terminal de autobuses.

Omnibus de México había llenado ya todas sus rutas. El siguiente camión de Primera Plus que salía a Guadalajara era a las 2:00 am y la única y más atractiva oferta era un camión de "Estrella Blanca".

Mi camión, ($236), saldría en más o menos una hora y media. Y estaba tan cansado que no podía ofrecer ningún tipo de resistencia a los ríos de gente que caminaban a mi alrededor en todas las direcciones, y que me movían como si fuera una canoa en medio de una tempestad en alta mar.

Para cuando me di cuenta, estaba en un rincón de la sala de espera 2, contra la pared. Era un remanso sereno en medio de tanto caos. Y había tantas imágenes, tenía tantas emociones, me sentía tan orgulloso, no de perder el vuelo, sino de haber llegado hasta donde estaba, que no pude evitar fotografiar este recuerdo en mi blog, a falta de cámara.

Y quise capturar cómo funcionan las filas, cómo se ve la gente con sus mochilas. La gente con sus cartones, con sus chamarras, con sus niños abrazados, con sus cachuchas y sombreros, de gente que habla con diferentes acentos, unos que usan guaraches, y otro tenis, de unos niños ricos que traen maletas marca "Louis Vuitton" y unos indígenas con bolsas de ixtle.

Y así, en medio de ese crisol de personalidades, de carácteres, formas, colores, olores, llamaron a los pasajeros que debían abordar mi autobus.

Cerraré mi computadora, la guardaré en mi portafolios, y aunque me cueste mucho trabajo, llegaré del otro lado de la sala para subirme a mi camión...

Apuesto a que será un buen viaje, y que mañana muy temprano, estaré sano y salvo en casita.

jueves, septiembre 04, 2008

Es mejor gastarse andando

que cuidarse en un lugar...



Regresé.

A finales de la década de los 90's, cuando la universidad había terminado para mí, encontré una oportunidad de trabajo en la que, para mí, es la mejor empresa para trabajar.

Era yo un jóven -once años menor de lo que soy ahora- y quería acabarme al mundo de dos o tres mordidas. Iba sonriendo al trabajo; lleno de ilusiones. Regresaba a casa, tarde, cansado, y mientras conciliaba el sueño y miraba los dibujos que había hecho en el techo de mi cuarto, imaginaba cómo sería yo, en el futuro lejano, yendo y viniendo por el mismo camino al trabajo.

El destino tenía planeado otro futuro para mí. Y por causas ajenas a mi voluntad, tuve que separarme de la compañía. Y rodé. Y fui de aquí para allá. Y luego para acá. Y luego más para allá.

Inesperadamente, cuando las cosas se ponian mejor para mí y pensé que ya podía estabilizarme de tantos brincos laborales, me encontré con una puerta que me resultó muy familiar. Como la puerta de la casa que abandonas y que nunca olvidas. Que añoras. Y se abría para mí. Y se abría hospitalaria, cálida. Como si en ese momento se pudieran compenzar tantos años de distancia...

Y regresé. Y los milagros suceden.

Yo nunca habría podido predecir mi regreso. Nunca. Es más, esa posibilidad estaba fuera de mi plan de vida. Y aparece ahí, inesperadamente. Con la misma sorpresa de aquel invierno del 97 que nevó.

Apenas he cumplido 2 semanas en mi nuevo-viejo empleo. Y aunque todavía me encuentro en los pasillos rostros del pasado -con más arrugas, más kilos, menos pelo- siento que soy el mismo jóven noventero que cree que el mundo cabe en un par de bocados.

Estoy muy contento. Estoy, otra vez, con esa sensación de satisfecho.

miércoles, enero 30, 2008


No cabe duda que hay fragmentos de la vida de cada quien que podrían ser filmadas en una interesante película... Hay vidas interesantes, intensas, cómicas, llenas de suspenso, incluso, pornográficas... y hacer una película de la vida de alguien, es un recurso por demás trillado y poco original.

Sin embargo, puede resultar tambien que, algún capítulo de la vida de alguien, se parezca a una película, o a un fragmento de una película, o a algunas cosas de una película, pues.

Desde que me quedé sin empleo, y me he dedicado a la venta todavía no muy exitosa -debo confesarlo- de equipos de radiología digital, más de alguno de mis conocidos me relaciona con esa película donde sale Will Smith, como un vendedor con poco futuro de equipos de radiología. En efecto, hay algunas pocas similitudes, y en cambio, un millón de diferencias... si, suponiendo que me comparen con el presonaje principal de la película, en efecto, me siento en la "lona", en efecto, mi vida depende de las ventas de un producto difícil de vender, y al igual que el personaje principal, yo tambien tengo un hijo, y aunque es obvia la diferencia entre nuestros hijos, debo recalcar que mi hijo es más... quiero decir, menos... ¿cómo decirlo sin sonar ofensivo? ¡Mi hijo es más pequeño, pues!

Así que a pesar de las similitudes, que aunque pocas, existen, siendo que en la mayoría de la gente es más difícil encontrar alguna; las enormes diferencias en los guiones de cada historia, hace que seamos completamente diferentes, y por más que lo decía, mis amigos insistían en compararnos... espero que sea un buen augurio, y el final de mi historia sea más o menos parecida al final de la película...

En la película, a pesar de todas las aventuras que van aprentando el nudo de la garganta del espectador, hay una escena en particular con la que recientemente me siento muy identificado: La parte donde el protagonista pierde uno de los costosos equipos que vende. Sí, lo pierde, y con él, pierde una parte importante de su inverisión y de su negocio. El sentimiento de frustración y coraje, que transmite el personaje es fácilmente captado por quien, empático, ve la cinta; y ahí se justifica soltar una lagrimita de solidaridad.

Sólo por esa parte de la película es que me siento más identificado con "En busca de la felicidad". Así es, astuto lector, habrás imaginado ya, que he perdido uno de los costosos equipos que tenía para vender. Pero no, no lo perdí en un trasporte público, ni ví quién se lo llevó... Me lo robaron.

Ajá. No es ni más ni menos triste que lo que le pasó al personaje de Smith, simplemente es lo suficientemente triste como para seguir aprentando los dientes y maldiciendo a quien con una muy buena fortuna se le ocurrió abrir la cajuela adecuada.

En el estacionamiento público de un restaurante en Culiacán, Sin., Claudia, la chica que trabaja para mi proveedor, dejó su coche con TODA mi oficina virtual en su cajuela, y al salir del sitio, nos percatamos del robo. El monto asciende a $65,000, pero hay cosas que simplemente no se pueden valorar en pesos y que forman parte del botín: Agendas con contactos de clientes, USB con información importante de mi empresa, listas de precios, costos, etc.

Hoy, sin sentirme completamente derrotado por el acontecimiento, sigo muy consternado por el atraso económico que eso significa... pero tengo muy claro que se necesita mucho más que eso para que este protagonista, suelte la toalla y ponga un final prematuro a la historia sólo por que se esté volviendo triste y amarga en demasía.

Para quien no haya visto "En busca de la felicidad", se las recomiendo ampliamente... y para quienes no sabían de mi enorme pérdida en mi negocio, les ruego por unas palabras de apoyo y aliento.

Un abrazo.

martes, octubre 30, 2007

Hoy es un día diferente.

No puedo decir que sea un día especial. Sólo es diferente.

Los tacos de vapor que siempre van acompañados de abrazos de felicitaciones, esta vez tienen caras largas y frases con voces bajitas y lastimosas.

Es talvez, mi último día en la oficina. Hoy es mi último día en esta compañía.

Francamente me sorprendió mucho mi liquidación, pero más me sorprendió la forma en la que se dieron las cosas. Me siento víctima de una situación que está fuera de mi alcance y del alcance de mi equipo. Sin embargo, lo he aceptado con mucha calma y con mucho optimismo.

Esta es la tercer gran compañía en la que he trabajado. Incié mi carrera laboral en IBM hace exactamente 10 años, con una beca y una energía que se desbordaba turno tras turno extendido... Al cabo de una disyuntiva, decidí tomar la oferta de la liquidación, y separarme de mi primer empleo. Unos pocos meses después, Kodak confió en mis servicios y me contrató... pero las condiciones con las que trabajaba, no se pudieron adaptar nunca con la nueva condición familiar que tenía, y apesar de lo bien que me iba ahí, vendiendo equipos de radiología digital, decidí tomar la oferta de un gran amigo mío, para cambiarme de empresa, ahora a Lenovo... hoy es, pues, la primera ocasión de mi vida en la que deciden por mí, que debo dejar el trabajo.

No se siente nada bien. Es extraño. Es un bajo golpe a la autoestima y la soberbia.

Pero las múltiples muestras de cariño de quienes convivieron conmigo este año y medio, alivian cualquier dolor... y aunque es algo que desafortunadamente no puedo escribir en mi currículum, eso es lo más importante que me llevo de todo este tiempo: amigos que me aprecian y que se ganaron mi aprecio.

Además de mi liquidación, esa nueva colección de entrañables amigos es lo único que queda de esas largas y difíciles jornadas de trabajo.

Pero la vida sigue. Y las cosas pasan por algo. Y hoy, con un pie en la calle, recuerdo una frase que se usaba mucho en IBM por las fechas en las que me salí: "...hay que ir armando el paracaídas..." Afortunadamente, y con mucha suerte, logré armar uno que abriré mañana mismo.

miércoles, julio 18, 2007

En días pasados, como pretexto de presentarnos al Vicepresidente de nuestra unidad de negocios, nos llevaron a todo el equipo a cenar a un lujoso restaurante en Santa Fé, en la ciudad de México.

Estaba todo el equipo: Éste señor es un gringo que trabaja como jefe del brasileño que era el jefe de mi jefe, quien en su ausencia estaba siendo reemplazado temporalmente por un argentino, obviamente estaba el director de la empresa en México, que es mexicano, y todo mi equipo, donde hay dos colombianas.

Estabamos en la mesa, pues, un gringo, un brasileño, un argentino, dos colombianas y un montón de mexicanos... si en los chistes sólo hace falta un mexicano para ganarles a todos, imaginen lo bien que la pasamos esa noche.

Pero quizá la mejor parte de la cena, fue cuando, para terminar de "romper el hielo", el brasileño propuso una dinámica muy interesante que consistía en que cada uno de los participantes en la mesa, tenía que decir tres sentencias: dos verdades y una mentira.

Parece fácil, pero el reto, es lograr hacerles pensar a los comensales que las verdades son tan increíbles que parecen mentiras, y que la mentira podría ser tan posible que crean que es más verdad que las verdades.

Al término de que cada jugador dice sus tres sentencias, luego pregunta: "¿Cuál es la mentira?" Todos opinan para decifrar cuál es la sentencia falsa y al final, de la manera más honesta, el "mentiroso" confiesa.

Se supone que debería llevarse un registro de los resultados para ver quién fué el mejor mentiroso, y supongo que quien logra engañar a más personas, será quien gana.

(¿Porqué habrán sugerido este juego en un equipo de ventas?)

El caso es que independientemente del registro, resultó muy divertido decir y oir las verdades y las mentiras.Al término de la reunión, las risas fluían naturalmente y habíamos aprendido algo más de cada uno de los que compartimos esa noche... verdades que muchos nunca hubiéramos creído.

Esta tarde, me tocó invitar a comer a la fuerza de ventas de un mayorista. En la mesa, eramos 8 personas, 7 mujeres y yo.

Y como la relación que tenía con todas ellas era muy limitada, el engorroso silencio en la mesa mientras ordenábamos los platillos me hizo recordar esta dinámica, que, sin pensarlo demasiado, expliqué las reglas y comencé con mi dos verdades y mi mentira, para romper el hielo.

La reacción en mis invitadas fué la esperada... al cabo de unos minutos, el mustio silencio colectivo se había convertido en carcajadas de las vendedoras que atónitas descubrían verdades de sus compañeras que instantes antes juraban conocer a la perfección.

Al término de la comida, justo cuando pedía la factura, el silencio se volvió a apoderar de la mesa. Ahora en el ambiente estaban las miradas de complicidad de las muchachas por haber compartido verdades -que en su mayoría fueron indiscreciones- y se había firmado un pacto de silencio y confidencialidad... y yo formaba parte de este grupo de secretos.

Ahora, en la oficina, seguimos hablando -en clave- de los secretos revelados... las sonrisas ya forman parte de la decoración de mi compañía en la ofina de mi cliente.

En la misión de venir a generar simpatía, creo que he ganado la primer batalla.

martes, mayo 29, 2007

Estudié una carrera técnica, muy ligada a computadoras. Desde mi primer empleo formal, he estado vinculado con la tecnología. Primero dando soporte, luego participando en líneas de manufactura de equipos de alta tecnología, después, vendiendo soluciones tecnológicas, y ahora, vendiendo equipos de cómputo para mercados masivos.

Sin considerarme un tipo que "las sepa de todas, todas", sí creo que me he mantenido por lo menos a una distancia lo suficientemente razonable de aspectos tecnológicos como para no ser sorprendido tan fácilmente, al menos en lo que al hardware de cómputo se refiere.

Ahora, que estoy en el medio del cómputo, desde luego procuro estar al tanto de todo cuanto se inventa en este renglón, y por esta misma posición en la que estoy, un fabricante de una reconocida marca de accesorios para almacenamiento de información, se acercó para ofrecerme uno de sus nuevos productos para que lo probara y validara que fuera compatible con las computadoras que vendemos.

Es una "Express Card" de 8GB de capacidad. Esta monería, funciona como un disco extraíble muy portátil, de apenas 7.4cm x 3.4 cm y medio centímetro de grosor, resistente a golpes y que funciona a una velocidad que supera por mucho los dispositivos similares que usan el puerto USB2.0.

Después que las pruebas fueron un éxito y que quedé muy satisfecho con el producto, puse la tarjetita en la palma de mi mano, y no podía dar crédito de los pasos agigantados con los que avanza la industria. ¡Hace 15 años, tenía en la palma de mi mano un diskette de 3.5", con doble densidad, con la fabulosa capacidad de almacenar 1.44MB! Y este diskette, estaba superando por mucho a su antecesor, un diskette que medía 5.25", con una capacidad de 360Kb, que era demasiado flexible, frágil, y tenías que ponerle un pedazo de cinta para bloquear su escritura.

No tengo una idea clara de cómo se almacenaba la información cuando yo tenía un año de edad... pero en los últimos 15 años he sido testigo de la vertiginosa y exponencial carrera por el almacenaje de información, y ahora, que en mi mano tengo una tarjetita que puede almacenar toda la información que he podido generar en años, no me puedo aventurar a imaginar cómo va a guardar sus tareas mi hijo cuando tenga 15 años... o cómo va a respaldar su información cuando tenga 30.

Si no lo hubiera vivido yo, pensaría que todo esto es producto de la ciencia ficción.

lunes, mayo 14, 2007

Oh! captain, my captain!



No puedo evitar sentirme como huérfano.

Sólo.

Supongo que todos en mi equipo, sentimos a flor de piel esta ausencia que se nota en las llamadas, en la oficina, en la certeza de que no volverá otra vez.

¿Cómo acostumbrarme a su silencio, si llegué siguiendo su voz? ¿Cómo hacerme a la idea de que no vendrá si llegué porque aquí estaba?

¿Entonces qué hago aquí?

Hace ya algunos años, cuando mi situación contractual en el departamento donde estaba, era lo mejor a lo que podía aspirar, Alfredo en una de esas múltiples sesiones de cigarrillos y de conversaciones relajadas me propuso cambiarme de departamento y obtener con ésto, un mejor gafete.

Bastó que hiciera una llamada, una recomendación, y al cabo de una semana, ya contaba con una mejor posición en la compañía.

Algunos años después, las circunstancias me orillaron a tomar la decisión de separarme de esa gran compañía.

A él fué a una de las pocas personas que fuí a notificarle en persona qué había decidido. Seguramente le sorprendió mucho el aventurado destino que me iba a jugar, pero sabíamos que apesar de que los caminos se separarían tan drásticamente, el destino nos permitiría volver a encontrarnos aunque sea sólo para saludarnos...

Fué el destino el que se encargó de que mi currículum cayera a Kodak, y fué ahí mismo donde tuve mi primer encuentro con las ventas... Jamás me imaginé que dar el paso a las ventas fuera precisamente el lazo que me haría encontrarme de nuevo con él... ya que al cabo de muchos meses, de largos y estresantes viajes por la república y países vecinos, era urgente cambiar de ambiente y pasar más tiempo con mi esposa y con nuestro recién nacido hijo.

Alfredo necesitaba cubrir una vacante de vendedor que sólo cubriría la zona del occidente... y cuando platicamos al respecto, me contrató sin siquiera leer mi currículum.

[Caray... no sabía cómo agradecerle todo lo que había hecho por mí]

Apesar de que la empresa en el que nos tocó participar juntos, era en el arranque de un proyecto muy ambicioso, aderezado con muchas circunstancias adversas, y sazonado con mucho estrés, la relación laboral, siempre tuvo un matiz fraternal y de amistad aún en los momentos en que pensábamos que habíamos tocado fondo.

El viernes pasado le tocó a él dedicarnos unas palabras de despedida. Se separa de la compañía, como una solución a una incompatibilidad de visiones.

No sé si debería ésto preocuparme; pues aunque entre Alfredo y yo tenemos muchas diferencias en formas de pensar, algunas de las coincidencias que compartimos es precisamente en la visión del negocio en el que estamos.

El viernes pasado, en una junta en la que estuvo presente el director de la compañía, dándonos la versión oficial de la separación de mi jefe, sentí esta impotencia de no poder ayudarlo... de sentirme tan pequeño como para poder darle la mano... de imaginar que si fuera yo el que se despedía, él sabría cómo ayudarme y yo, en esa silla, detras de esa enorme mesa, no podía hacer nada.

Fué quizá por cobardía, por vergüenza, o porque simplemente no había mucho sentido hacerlo, pero me habría encantado subirme a la mesa, mirarlo de frente, y como símbolo de que estaré ahí para lo que sea, decir firmemente: "Oh! Captain, my Captain".

Alfredo, nos vas a hacer mucha falta, porque todavía me hace falta aprender más de tí.

Un abrazo, Capitán.

viernes, mayo 26, 2006

Sí. Así es.

Me voy de la compañía.

Entiendo que para la gran mayoría de ustedes, esta decisión puede ser muy sorprendente y sobre todo inesperada. Incluso para quienes ya sabían que me habían ofrecido ya una oportunidad en otra empresa.

Me voy, y me voy así de repentinamente, porque es importante para mí y para mi nuevo gerente que me presente en mi nuevo puesto el próximo lunes. (En verdad que no pude posponer la fecha de presentación)

Sin embargo, a pesar del mal sabor de boca que esta repentina renuncia puede causar, espero que algún día me puedan entender y comprender.

De más está que les diga que Kodak para mí fue una gran catapulta. Mientras laboré para esta gran compañía, no sólo se reflejó un gran crecimiento en mi desarrollo profesional, y de eso, no sino que coincidió que en este periodo, cosas maravillosas ocurrieron en mi vida personal.

Muchos de ustedes, fueron testigos de mi obtención de grado en mi maestría... algunos de ustedes me acompañaron en mi boda... otros han sido testigos de lo que me ha costado comprar y acondicionar mi departamento nuevo... Y casi todos ustedes se dieron cuenta de la experiencia más intensa que he tenido en mi vida... El nacimiento de mi hijo.

Y todos estos eventos, cuando los recuerde, no podré evitar relacionarlos con mi enriquecedora experiencia que he vivido en compañía de todos mis compañeros de Kodak.

A pesar de lo increíble que ha sido esta experiencia, no me pude negar la oportunidad de buscar por otro lado condiciones que pudieran adaptarse más a mis necesidades personales y a las nuevas exigencias que demanda mi ahora creciente familia.

Desde hace ya varios días, casi 2 semanas, recibí y me interesó una oferta de trabajo para una compañía que me es muy familiar y que me promete retarme profesionalmente, así como darme la oportunidad de que mi nueva vida personal se pueda adaptar sin interferir en mi empleo.

Fuí muy exigente, y me costó mucho trabajo decidirme en cambiar de camiseta, y hoy, cuando tomé definitivamente la decisión, me pidieron que, junto con el resto del team en México, tome mi primer curso de capacitación que inicia el próximo lunes.

Entiendo que no es la manera en que se hacen las cosas por un profesional, que se precia de serlo, pero el sentirme ya entre dos jefes, es muy incómodo y siempre se corre el riesgo de quedar mal con uno de ellos, y lamentablemente, en este caso, no quiero que sea con el nuevo.

Así pues, el próximo lunes estaré aprendiendo otras cosas, conociendo otra gente, y creciendo ahora en otra compañía. Pero en mis recuerdos, siempre tendré presente que la mayor parte de mi crecimiento profesional lo hice aquí, junto con profesionales que me sirvieron de modelo, y de los que no puedo negar, me llevo muchas cosas.

Me voy, con un sentimiento más de tristeza que de alegría. Pero con una gran esperanza que me hace dar este paso tan importante.

Pero también me voy confiado que el mundo de los negocios ha desarrollado una movilidad sorprendente y no me extrañaría que pronto volvamos a trabajar juntos.

Quiero agradecer especialmente a Livier, a Nacho, y a mi equipo de planeación.

También quiero expresar mi más profundo agradecimiento a todo el team de HG. Para Alberto, Edna, Lourdes, Efraín y Jorge, mis respetos y mi reconocimiento.

Alejandro Barragán
a_barragan_s@hotmail.com

"Cuando uno no vive como piensa,
acaba pensando como vive"