lunes, julio 25, 2011

Qué mejor manera de retomar este blog, despues de siete meses de receso, que para escribir mi carta de los 35 años.

Si me lo preguntan, responderé que estoy bien. "Muy bien".

Lo interesante es que nunca antes, las palabras "muy bien" habían sido tan fieles. Si. No es un formalismo, una respuesta automática; una respuesta fácil que me quita el compromiso de responder realmente cómo estoy, y que tampoco compromete a quien pregunta. Esta mañana, en esos minutos de reflexión justo despues de despertar y hasta que me tengo que levantar, por el asalto tempestivo de mi hijo en mi cama, me di cuenta de lo bien que me siento.

No sé exactamente desde cuándo puedo decirlo con tal conciencia. Tener una hermosa y amorosa esposa, y dos hijos sanos y adorables debería un motivo más que suficiente para tener una incalculable satisfacción. Pero mi bienestar va más allá: Desde hace algunos años, quizás desde que planeamos pasar la vida juntos, Lina y yo nos habíamos propuesto como pareja, y ahora como familia, un proyecto de vida en el que daríamos más prioridad al desarrollo personal, interior, donde pasar el tiempo juntos, como familia, debía de ser la base de todo.

Nos habíamos imaginado una casita pequeña, con un jardín grande donde podríamos sembrar un árbol frutal o una pequeña hortaliza... y donde jugaríamos con un perro junto con nuestros hijos; Yo tendría un empleo de medio tiempo, para ganar justo lo suficiente para pagar las cuentas, y por las noches, veríamos las estrellas con un telescopio, oiríamos un disco, veríamos una película, jugaríamos cartas, y nos reiríamos mucho despues de la cena.

Intentaríamos desarrollar en nuestros hijos el hábito de la lectura, y descubrir en todos nosotros el potencial de la apreciación artística... La salud familiar, debía depender de una rica dieta balanceada y disciplina en el ejercicio físico.

Ese proyecto, nunca nos ha abandonado. Por el contrario, en el borde de la necedad, Lina y yo platicamos al respecto en el poco tiempo que podíamos estar juntos... o por teléfono, o en el chat... y siempre salía este tema, para aligerar las cargas por las presiones del trabajo, de las deudas, de la falta de tiempo libre, del estres que siempre ocupa la mayor parte de nuestros pensamientos, o cuando nos hacía levantarle la voz a nuestros hijos porque no se están en paz, o porque con un pelotazo, me tiraron los papeles de mi escritorio.

No tengo nada de qué arrepentirme. Pero estos últimos 15 años trabajando para la industria de la electrónica, no sólo no nos acercabamos a nuestro proyecto, despues de todos estos años, no nos gustaba vernos a nosotros mismos: Vivímos en un edificio, en un departamento donde es imposible que pueda jugar un niño de 5 años, el trabajo de oficina me mantenía lejos y ocupado las mejores 10 horas de mi día, y regresaba a casa cansado, con hambre, sin ánimos para jugar o para hacer ejercicio... Pero sobre todo, yo regresaba vacío. Con la sensación de que todo lo que hacía no sólo no tenía nada que ver con mi proyecto personal, sino que no me nutría ni me desarrollaba interiormente.

Me di cuenta que vivía una vida persiguiendo objetivos banales basados en desarrollar habilidades que me alejaban de la humanidad que estoy buscando y me acercaban más a la frialdad que exigen los resultados. Me convencí de que la promoción, el aumento de salario, la nueva posición en el organigrama, no eran las zanahorias que a mí me interesa perseguir... sin embargo, ahí estaba yo, jugando un rol que en automático, sin darme cuenta, me fue impuesto y no tenía modo de safarme de él. Por todo este tiempo era mi única alternativa y jugué con la ferocidad que se requiere para mantenerse vivo en esa competencia.

No sólo no tengo nada de qué arrepentirme, sino que tambien tengo mucho de qué agradecer. El trabajo de estos últimos años, vacío e inútil para mí y mi proyecto, fue la manera más digna y fácil de ganarme la vida. Creo haber sido un empleado responsable y comprometido. Nunca antepuse mis deseos personales e invertí muchas horas, mucho empeño, todo mi talento, y sobre todo, la mejor actitud de la que disponía. Conseguí muchas cosas, un buen puesto, un buen salario, mucha experiencia... pero cada día que regresaba a casa, en medio de ese desfile de caras largas y cansadas, me reprochaba una y otra y otra vez, por qué no era capaz de retomar ese proyecto que con el sólo hecho de pensarlo hacía más placentero mi retorno.

No debe haber proyecto más complicado que el de intentar alinear a los planetas. Así que siempre intentamos guardar un poco de hígado despues de las horas de oficina para hacer el esfuerzo de desarrollar proyectos que pudieran darnos una nueva oportunidad. Nos ha costado muchos años. Muchos desvelos. Lágrimas. Viajes largos, riesgos, y hemos apostado grandes sumas a una tirada de dados. Y aunque es muy prematuro decir que estamos listos para vivir nuestra nueva vida, con el negocio, el doctorado, la construcción de la casa, y con mi reciente y quizás sorpresiva -incluso para mí- separación como empleado, puedo decir, al inicio de mis treinta y cinco, que parece que cada día que pasa, estamos más cerca del mañana.

Si me lo preguntan, hoy, más que nunca, podré decir que estoy muy bien.