Ahora, que despierto, y tengo tanto tiempo libre para pensar, para salir a caminar, y para darme el lujo de hacer desayunos prolongados con música de fondo pausada, tengo más presente que de costumbre aquellos primeros meses que viví en Guadalajara.
Tan pronto tuve la oportunidad, en una mochila puse algunos calzoncillos de repuesto, unas camisas formales, corbatas y un saco que me quedaba grande.
Pude conseguir la llave de la casa que mis padres habían dejado al abandono hacía muchos años, y con apenas unos pocos pesos en mi cartera, emprendí una aventura que lleva ya muchas temporadas... prometí que volvería a Zapotlán cuando el dinero o la esperanza hubieran terminado.
Recuerdo muy bien ese final del verano de hace muchos años, y mi afanoso esfuerzo por levantar el polvo del piso, o por buscar empleo... de luchar con bichos y telarañas y sonreir en las entrevistas para el empleo... Dormir en el piso, no tener boiler, ni gas, ni estufa ni refri ni luz...
Por las noches, recostado en la sala, mirando a la luz que entraba por la ventana, metido en mi sleeping, repasaba las citas que tendría al día siguiente y aspostaba que muy pronto encontraría trabajo... tenía mucha esperanza, pero el dinero se acababa rápidamente.
Desayunaba de un solo trago medio litro de leche, y dejaba el envase en la pila de agua del patio, para que no se echara a perder, y tener otro medio litro de leche para la cena. Me bañaba rápidamente bajo un chorro de agua helada y reusaba ese único pantalón formal que tenía para salir corriendo a buscar el camión que me llevaría a mi cita... Apachurrado entre desconocidos, con una carpeta y un currículum casi en blanco bajo el brazo comenzaban mis jornadas.
Un diciembre de hace 10 años, despues de muchas semanas de buscarlo, firmé un contrato para una beca en una enorme compañía...
Salí del lugar donde había firmado brincando de felicidad y tan emocionado que no le prestaba importancia al mísero saldo de mis cuentas...
Esa noche dormí, con la sensación de que había recibido ya un regalo de navidad... me sentía como un chiquillo que había recibido todo lo que había pedido en su cartita... Cuando desperté, otro milagro había sucedido: Nevaba en Guadalajara. La mezcla de hielo y nieve en el patio de mi casa, eran tan increíbles que no daba crédito a lo que veían mis ojos.
Hoy a 10 años de distancia, aunque mis esperanzas están fundadas en cosas diferentes, y mis afanosas labores son totalmente diferentes que las de entonces, descubro que en escencia soy el mismo tipo al que se le puede acabar el dinero, pero nunca la esperanza, y que está seguro de que en cualquier momento, pueden ocurrir los milagros esperados y los inesperados.
martes, diciembre 18, 2007
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