martes, diciembre 23, 2008

Estoy sentado en un rincón de la sala de espera número dos. Estoy sentado en el piso, con mi portafolios en las piernas y usado como escritorio. La sala está llena. La temporada navideña ha dejado sin silla a mucha gente en esta sala. Muchos otros ni siquiera han alcanzado boletos.

Vine a la ciudad de México por cuestiones de trabajo. Como siempre que vengo, uso mis mismos trajecitos. Hago la selección de mi corbata de entre mi colección de 4; y sólo cuando uso este disfraz, uso mi único reloj de manecillas.

Por el tema invernal, tambien viajé con mi abrigo. Uno con motivos marinos. Muy elegante.

Aquí estoy yo, sentado en el piso. Ya me he desatado el botón de la camisa que me aprieta la garganta, y la corbata se ha aflojado un poco. El día fue muy pesado y me duelen los pies... un poco por el frío, un poco por la caminata y por estar parado tanto tiempo.

Voy regreso a casa, pero apenas están abordando los pasajeros que tienen boleto de las 10:30... el mío dice "11:30". Hace frío.

Enfrente mío, una familia que tambien está sentada en el piso, cena unos tacos con un guizado que tiene mucho chile rojo. El más grandecito de los niños, de unos cuatro o cinco añitos, se ha parado justo frente a mí, observándome, mientras sostiene su taco en su mano y el chile le escurre por la manita toda llena de tierra. El más chiquito de los niños, es amamantado por su madre, una mujer gorda que es la que come a más velocidad. El papá tambien está abrazando un niño. Éste, tiene un gorrito azul con una motita en la cabeza y los mocos le escurren hasta la boca. El papá tambien come, sentado en un costal que parece que tuviera desde cajas de cartón, hasta ropa y zapatos.

Estoy muy cansado. El vuelo de Guadalajara al DF, lo tomé esta mañana, muy temprano... pero anoche pasé una de esas crisis de insomnio que en este momento me está cobrando la factura.

En mi trabajo todo bien. Todo nuevo, por lo tanto, todo bien. Pero tuvimos tanto que hacer que casi se nos olvida comer. Y yo, desvelado, y sin desayunar, quería comerme aunque sea una libreta.

Una junta de último momento, de 4:00 a 5:00 terminó por desmadrar el plan. Así que, corriendo el riesgo de perder el vuelo de regreso, decidimos comer como nos lo merecíamos.

Ya en el restaurante, y despues de mi desayuno-comida-cena del día, mientras terminaba mi Crème brûlée, me dí cuenta que sólo un milagro me haría alcanzar mi vuelo de regreso.

Por supuesto que ese Filet Mignon, con ese vino tinto, en ese sitio tan exclusivo, y ese momento tan agradable, valían la pena si además de la fortuna que pagaría por ello, traía como consecuencia perder el vuelo...

Es interminable la gente que desfila frente a mis ojos. La gente corre con prisa, a empujones, con bultos enormes y pesados que son usados para abrirse paso por entre la muchedumbre que en ocasiones pareciera que todos forman un solo cuerpo de mil cabezas y dosmil piernas moviendose caóticamente.

A un lado mío, una botella mal tapada y un mal movimiento, provocaron un charco que amenaza mi traje azul... no me alcanzó a llegar... pero por las dudas, me recorro los únicos 20 centímetros que me permiten los teléfonos públicos que no han dejado de ser usados en todo este momento.

Justo en el Sanborn's, frente a ese restaurante de lujo donde comí, tomé el taxi que debía tener claro que necesitaba llegar al aeropuerto en 15 minutos.

-"¿A qué hora tienes que llegar al aeropuerto?"
-"A las 7:30, máximo..."
-"Yo creo que no la vamos a hacer..."

Mirando mi reloj de manecillas cada veinte segundos, parados en el tráfico, me angustiaba no llegar a tiempo... pero tambien recordaba la suave textura de ese postre de café, vainilla y caramelo.

Mucha gente me observa. La verdad es que no he visto a otro pasajero en esta ni en otras salas, que tenga la calma -como yo- de sacar su computadora y escribir mientras la gran mayoría tiene en sus rostros la típica cara de angustia y la prisa que se traduce en pasos rápidos, aunque cortos y respiraciones entrecortadas... Yo, sabiendo que todavía me falta una hora para abordar, lo tomo con más calma.

Llegamos al aeropuerto unos cuantos minutos antes de que saliera mi vuelo... en cualquier otra época del año, hubiera sido posible todavía abordar el avión. Pero en ésta temporada navideña todos quieren viajar y en la mayoría de los casos, ni todos los vuelos que se puedan programar serán suficientes para la enorme demanda.

-"Ese vuelo se cerró hace 10 minutos... Lo siento".
-"¿Eso quiere decir que perdí mi vuelo?" La verdad esa pregunta ingenua la hice sólo para ver si podía causar un poco de lástima y me dejaban subirme aunque sea a las cajuelas.
-"Sí."
-"¿Y me puedo subir al próximo vuelo?" No hay que ser un experto para saber que esa pregunta tambien tenía un enorme grado de ingenuidad, sabiendo que la gente podría pelearse a golpes por un asiento disponible... a donde fuera.
-"Hay una lista de espera de 25 pasajeros para el vuelo de las 9:00, y de 11 para el de las 9:30... ¿se quiere apuntar?" Pregunta tambien ingenua por parte del despachador... ni aunque fuera navidad y ni aunque mi carta al niño dios incluyera un lugar para esos dos vuelos, los tendría... lo sabíamos perfectamente él y yo.
-"Está bien. Barragán... Ajá, ese soy yo..."
-"Buena suerte".
-"Gracias".

Antes de las 9:30, el mismo despachador se nos acercó a los que esperábamos el milagro de que al avión le cupiera más gente y nos dijo que había lugares disponibles para el vuelo de las 8:00 de la mañana de mañana.

Corrí, ingenuamente a la terminal 1 para preguntar a la otra aerolínea si había un espacio para mí, y si además, era posible que tomaran en cuenta mi boleto de la competencia. (Apuesto que no es necesario que escriba aquí lo que recibí como respuesta).

Los olores, las formas, los colores... los mil rostros que al final parecen todos iguales. Las maletas, las bolsas, las cajas, los costales. Los niños, los ancianos, los fuertes, los enfermos. Los gritos, el ruido, las carcajadas, los ruidos que no se sabía de dónde venían. A mí todavía me quedaba la mitad de la pila de mi computadora y todavía mucho por escribir... Y más de media hora por esperar mi abordaje.

En el camioncito de regreso a la terminal 2, pensaba en qué es lo que tendría que hacer. Sabía que lo lógico-correcto, es buscar inmediatamente un hotel y apartar un lugar para el próximo vuelo. Lamentablemente, como soy nuevo en la compañía, no sabía qué implicaba tener que hacer ese gasto adicional, si no lo había pronosticado. En mi permiso de viaje, dejé muy claro que regresaba este mismo día y no sabía si sería posible justificar gastos adicionales, si fui responsable de perder mi vuelo de regreso. Un frenón repentino puso "pausa" a mis pensamientos. Era para permitir que un pasajero se bajara en la estación del Metro "Hangares".

Convertí mi situación en números: Si me quedaba y cambiaba el vuelo para el día siguiente, me costaría aproximadamente $1,300 del hotel, más los $500 del cambio de vuelo. Más el desayuno y los taxis que eso implicaran. No importaría, si no supiera que corría el riesgo de que yo lo tendría que pagar. Pensé en quedarme "acampando" en la sala de espera. Con un contacto eléctrico y acceso a internet, podría pasarme toda la noche despierto como lo he hecho muchas noches antes.

Ahora, me invadía la duda de qué es lo que haría... Derrepente una idea que para muchos podría sonar descabellada, comenzó a posicionarse: "¿Y si mejor paso la noche viajando?"

¿Qué sería de la vida si no dejamos que corra la adrenalina por las venas? ¿Qué sería de la vida si no corriéramos aunque sea riesgos pequeños? ¿Qué sería de nosotros si no sabemos reconocer las aventuras que se nos ponen enfrente? A veces, me gusta caminar en la raya. Caminar por el filo de la navaja, por la cuerda floja. Eso lo entendía cuando, apesar de saber que no era muy prudente tener mi computadora entre tanta gente lo hacía... cuando apesar de que debería estar cuidándome la espalda, estaba ahí, expuesto, sentado en el piso, mirando un teclado, rodeado de miles de personas que me miraban muy raro.

-"¿Cómo le hago para viajar a Guadalajara?"
-"Pues 'ora sí que sólo hasta mañana..."
-"¿Cómo puedo irme en autobus?"

Tenía dos alternativas: la segura, la sosa que incluía un boleto de taxis que costaba $220. La otra, la aventurera, que incluía un viaje por 9 estaciones del metro hasta la terminal del norte.

Como la segunda implicaba un poco de más emoción, y además costaba sólo $7.

Si yo me hubiera enterado que alguno de mis conocidos estuviera a punto de hacer esta locura, y quisiera detenerlo, no habría entendido la emoción que implicaba estar a punto de vivir esa "aventura".

Ahí estaba yo, en la estación del metro, elegantemente vestido, con una llamativa corbata roja, un traje azul marino y un saco de lana que se abotona cruzado. Con un maletín de piel que tiene al menos tres enormes letreros que dicen "IBM", que mandaban el clarísimo mensaje de "aquí traigo una computadora portátil".

En el camino, en el subir y bajar personas de mi vagón, en el ofrecimiento ambulante de discos compactos, láparitas de halógeno, y cápsulas de miel de abeja, llegamos por fin a la estación del metro de la terminal de autobuses.

Omnibus de México había llenado ya todas sus rutas. El siguiente camión de Primera Plus que salía a Guadalajara era a las 2:00 am y la única y más atractiva oferta era un camión de "Estrella Blanca".

Mi camión, ($236), saldría en más o menos una hora y media. Y estaba tan cansado que no podía ofrecer ningún tipo de resistencia a los ríos de gente que caminaban a mi alrededor en todas las direcciones, y que me movían como si fuera una canoa en medio de una tempestad en alta mar.

Para cuando me di cuenta, estaba en un rincón de la sala de espera 2, contra la pared. Era un remanso sereno en medio de tanto caos. Y había tantas imágenes, tenía tantas emociones, me sentía tan orgulloso, no de perder el vuelo, sino de haber llegado hasta donde estaba, que no pude evitar fotografiar este recuerdo en mi blog, a falta de cámara.

Y quise capturar cómo funcionan las filas, cómo se ve la gente con sus mochilas. La gente con sus cartones, con sus chamarras, con sus niños abrazados, con sus cachuchas y sombreros, de gente que habla con diferentes acentos, unos que usan guaraches, y otro tenis, de unos niños ricos que traen maletas marca "Louis Vuitton" y unos indígenas con bolsas de ixtle.

Y así, en medio de ese crisol de personalidades, de carácteres, formas, colores, olores, llamaron a los pasajeros que debían abordar mi autobus.

Cerraré mi computadora, la guardaré en mi portafolios, y aunque me cueste mucho trabajo, llegaré del otro lado de la sala para subirme a mi camión...

Apuesto a que será un buen viaje, y que mañana muy temprano, estaré sano y salvo en casita.

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