En un intento desesperado, y ahora que lo pienso bien, en un intento bastante estúpido, por querer darle a nuestro hijito una nueva alternativa de sanación a su gripita, este pasado fin de semana, decidimos subirnos en el coche y salir en busca de las cálidas playas del vecino estado de Colima.
En un afán de aventura, nos fuimos hasta Tecomán, donde desde una palapa, podíamos ver la grandeza del océano pacífico.
No le alcanzaban los ojitos a Andrés para poder ver de una vez todo el horizonte, y con una de esas sonrisas que ningún padre podrá olvidar, fué suficiente para decidir convencernos y quedarnos ahí, para dar rienda suelta a este tratamiento alternativo que sus padres inexpertos improvisarían en este viaje.
Pero cuál fué la sorpresa, de que ahí en Tecomán, NO HAY HOTELES en la playa. El atardecer amenazaba con bajar la temperatura, y el viento no perdonaba ni a la palapa más imponente, así que la necesidad de hospedarnos era imperativa. No podíamos echar para abajo el avance que habíamos logrado en ese día de calorcito y buen humor... el viento y el frío de las playas en la noche, podría ser un perfecto aliado a ese virus que se niega a ceder terreno.
Así que uno de los meseros del lugar nos recomendó un lugar a unos pocos kilómetros de donde estábamos.
Sin pensarlo mucho, nos animamos a ir, y después de varios minutos por un camino completamente desolado y cada minuto más obscuro, nos encontramos con un hotelito muy modesto pero muy lleno.
Había muchos coches mal estacionados, un grupo de bohemios cantando con una guitarra, casas de campaña instaladas, y muchas tablas de surf. Sí, lo qué más me llamó la atención era la cantidad de tablas para surf que estaban recargadas en los pilares del hotelito de apenas 10 habitaciones. Rápidamente me llevaron a la última habitación disponible: Una cama, una mesa, y un baño sin puerta ni lavabo y con una regadera sin agua caliente.
Había además, un par de toallas y una media docena de mosquitos parados en las paredes... Todo por sólo $250.
Habíamos llegado a un hostal de la playa Boca de Pascuales.
A la mañana siguiente, prácticamente en medio de la nada, Lina, Andrés y yo, instalamos nuestra sombrilla, en la playa, para ver un espectáculo que nunca me imaginé tener tan cerca: ¡surfistas dando un espectáculo de primera y nosotros en primera fila!
Poco nos importó que Andrés hubiera tomado confianza y gateando, se hubiera salido de la sombra... o que estuviera comiendo arena... o que, despues de juguetear, tenía arena hasta detrás del resortito del pañal.
Ante el espectáculo de estos intrépidos atletas marinos, ya ni siquiera me había dado cuenta que los mocos que salían de la nariz de Andrés estaban 'empanizados" con esa salada arena de mar.
El tratamiento naturista-alternativo, la hipótesis de los beneficios del sol y el calor tropical, el experimento que prometía aliviar la gripa de Andrés, todo, resultó un rotundo fracaso. Pero por el entusiasmo que pudimos ver en los ojitos del güerito, creemos que valió la pena intentarlo.
Ahora, que el haber descubierto este paraíso a donde he prometido volver lo antes posible, fue el "extra" que hizo de mi fin de semana, una aventura que podrá ser el inicio de mi nueva vocación: El Surf.
lunes, febrero 19, 2007
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