viernes, mayo 09, 2008

El último trabajo que tenía que entregar en el tercer año de secundaria, fué una maqueta del puente colgante "Golden gate".

Después de muchos intentos de muy baja precisión, una noche antes de la fecha de entrega, mi papá, como siempre, acudió a mi auxilio.

No era la primera vez que mi papá llegaba a rescatarme de la desesperación y angustia de mi exigente sentido de la calidad y limitada capacidad ejecutora. Desde la primaria, dejar una nota en la mesa del comedor con todos los materiales y las instrucciones de la tarea, eran suficientes, para que los trabajos más complicados e impresionantes aparecieran al día siguiente, listos para ser entregados. Recuerdo una vez, que, a petición de la maestra de tercer año, tenía que hacer, con tiras en cartoncillo, una línea del tiempo, en el que, cada centímetro, representaba un periodo de tiempo y que, en toda la cinta, se pudiera representar la historia del mundo desde su creación, hasta nuestros días, pasando por la era de los dinosaurios y la aparición del hombre. Recuerdo que en la mesa, había dejado un montón de cintas con algunos dibujos y recortes de láminas ilustradas que unidas, apenas hubieran rebasado los dos metros... sabía que me hacía falta mucho por graficas, así que, justo cuando tenía que irme a dormir, encomendé, a mi papá que terminara dicha tira del tiempo.

A la mañana siguiente, en una hoja de papel, encontré una carta donde me explicaba que, de acuerdo a las instrucciones de la maestra, la famosa línea del tiempo sería tan larga que podría darle 50 vueltas al salón de clases, y que no había suficiente cartoncillo en la mesa para terminarla. Dicha carta, era tan precisa en sus cálculos y tan clara en su explicación, que la maestra palideció al leerla en vez de mi línea del tiempo. Del mismo modo, tuvo que cancelar la revisión de las líneas del tiempo de mis compañeros que la más grande, debió rebasar apenas los 2.5 metros. Orgulloso, regresé a casa con la misma carta que la maestra había leído, a agradecer de nuevo a mi papá por el diez que nos habíamos sacado.

La mayoría de los mapas de geografía, casi todas las ilustraciones para mis trabajos de literatura, y un sinnúmero de trabajos manuales que requerían de una habilidad que yo todavía no había desarrollado, fueron las tareas, que, cual regalo de navidad, aparecían a la mañana siguiente en su escritorio, a petición mía en una cartita.

"Eres mi héroe, papá!", le decía, cuando sorprendido, recogía la tarea que tenía que entregar... Mi papá no sólo me había enseñado a leer y a escribir... sino que me acompañaba en toda mi educación básica, explicándome siempre más claramente cómo se hacían operaciones con quebrados, cómo se despejaba una fórmula, y más tarde, me enseñó todos los secretos de la factorización en una pared que funcionaba de pizarrón en la sala de mi casa.

Desesperado, con un montón de trozos de cartón, hilos hechos bola y un plano con medidas del "golden gate" en la mesa, le pedí de nuevo a mi papá que hiciera el milagro de construír, en una noche, una maqueta que tenía que entregar al día siguiente para una exposición de fin de cursos en el último evento de mi último año en la víspera de mi graduación de secundaria.

Nunca podré olvidar el asombro que me causó la madrugada del día siguiente, cuando pude tener en mis manos una réplica a escala con una precisión sorprendente del famoso puente en mis manos. El brillante color naranja, los hilos rojos, la perfección de la estructura de cartón, con lija simulando el asfalto... Parecía uno de esos adornos que podrían estar en el escritorio de algún ejecutivo importante.

Orgulloso, y ante la atónita mirada de la maestra de dibujo técnico y mis compañeros, entregué la pieza que sería la sensación de la exposición.

Al día siguiente, cuando la exposición iba a terminar, y yo me iría de vacaciones, para nunca más volver a esa escuela, me dí cuenta con mucha tristeza y frustración, que el puente que le había costado el desvelo a mi papá, y que sería el último trabajo que haría para mí, había desaparecido de la sala y nadie podía darme el paradero de dicha pieza.

No sólo sentía coraje e impotencia. Sentía una deuda muy grande con el hombre que, además de ser mi padre, había sido mi maestro y mi héroe toda mi vida. Por eso hoy, casi veinte años despues de ese acontecimiento, como un homenaje a ese maestro que sigue enseñando y cambiándole la vida a los hijos de otros, quise darle este cuadro con un esquema y medidas del "golden gate", como un recuerdo de esa que fué la última tarea que hizo para mí, sin ser la última lección que he aprendido de ese gran maestro.

2 comentarios:

Greench dijo...

TODO UNA MAESTRO...
MUY CONMOVEDOR, PULGARES ARRIBA.

Anónimo dijo...

Con razon. Creo que si tu te hubieras esforzado por hacer los trabajos hubieses aprendido mas sobre responsabilidad. De nada sirve que te hagan tus trabajos sin hacer el esfuerzo.