viernes, mayo 07, 2010

Río Místico.

Al igual que Benedetti, yo tambien he notado cómo con los años, ha cambiado mi temor a la muerte.

Cuando era niño, habría preferido morir, antes de ver a cualquiera de mis padres en un ataud. Sólo la idea de pensarlos muertos, me daba tal miedo que podía pasar las noches en vela, con los ojos bañados en lágrimas. Para cuando Andrés nació, el verlo en tanta indefención, dependiendo tanto de nosotros, temí por mi muerte. Pero era un temor que iba más allá del miedo al dolor por morir. Era un miedo a dejar a mi familia en el desamparo. Imaginar a mi hijo sin un padre, podía conmoverme mucho más que mi propia muerte.

Pero ahora, que Andrés es un niño que cada día consigue más independencia de sus padres, y cada día pasa menos horas bajo la protección de su hogar; ahora que cada día que pasa es expuesto a experiencias nuevas, personas nuevas, amigos nuevos, y no me es posible estar a su lado para cuidarlo, el miedo que me asalta es uno muy diferente: Me aterra pensar que algo que pueda pasar. Algo. Cualquier cosa: Un raspón, un golpe en la cabeza, una riña en su escuela, las drogas... un pederasta.

Es por eso que ayer que ví la película de "Mystic River" (Clint Eastwood, 2003), todas esas emociones, todos esos temores, y muchos nuevos más, se alojaron en la boca de mi estómago.

La película se centra en la investigación por la búsqueda de un asesino de una niña de 19 años. Arrancarle la vida a un niño, puede provocar el derrumbe emocional de sus padres, y Sean Penn, logra, con una actuación magistral, transmitir el dolor que le causa la pérdida de Katie la hija de su personaje "Jimmy". La impotencia, el llanto ahogado en la garganta. La mirada llena de lágrimas mirando hacia ningún lado. Imposible no sentirse conmovido, o con la empatía de por lo menos quienes somos padres y tememos por la muerte de nuestros hijos.

Sin embargo, una historia paralela, y no menos importante, tambien es relatada en la película. Es la historia de otra muerte. La muerte de "Dave". Un niño de 11 años que es víctima del abuso sexual de dos adultos, y que, apesar de lograr sobrevivir a la experiencia, lo hace pero "muerto en vida". Vivo... pero sin vida.

Las historias de estos dos niños que han perdido la vida de diferente manera, se entrelazan de una manera muy inesperada en una conmovedora -casi aterradora- película dirigida por Eastwood.

A lo largo de la película, se puede sentir ese dolor ajeno corriendo lentamente por el cuerpo... pero un final sorprendente terminará dando un vuelco a las emociones, pues ese deseado final feliz, nunca aparece en la pantalla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo vi esa pelicula, esta muy interesante y a mi me puso a pensar que haria yo en el lugar de sean y por el desenlace me hace dudar. Asi que mejor PEDIR A DIOS CUIDE A DARI