En muchas ocasiones en mi vida, he tenido miedo.
Con el paso del tiempo, ha sido una emoción que creí haber superado. Pero no es así. Siempre hay algo nuevo que no deja de asustar.
Sin darnos cuenta, Andrés desarrolló una leve infección en su oído izquierdo, y sin síntomas aparentes, nunca le dimos la atención que necesitaba.
La mañana del sábado pasado, siguió durmiendo más de lo normal, Lina estaba en clases, y yo, desde la regadera alcancé a oir un gemido que de primera instancia me pareció un grito de terror. Salí corriendo del baño sólo en calzoncillos, esperando consolar a mi hijo, y mi sorpresa fué encontrarlos haciendo movimientos extraños, incontenibles, con una expresión en su rostro que jamás podré olvidar, como si le faltara aire, como si no pudiera respirar. Su mirada estaba perdida y no atendía mis desesperados gritos que buscaban volverlo en sí. Lo abracé y lo golpié en la espalda, esperando encontrar lo que estaba causando esa aparente asfixia, pero fué inútil.
Y con mi hijo en brazos, todavía en ese transe, salí del departamente suplicando por ayuda.
Un par de vecinas acudieron a mi llamado y la escena no era para menos escalofriante: un padre desesperado, en paños menores con un bebé en brazos con los labios morados y con movimientos violentos.
Rápidamente una de ellas tomó al niño y lo puso de lado... fuí a ponerme un pantalón, porque la otra ya estaba en su coche lista para llevarnos al hospital.
En el camino, Andrés se puso bien... pero una extraña somnolencia ahora era mi más grande preocupación.
Sentí miedo. Esos dos o tres minutos de mi vida, han sido por mucho, los peores. Sentí miedo de no poder hacer nada, de perderlo. De perderlo ahí, justo en mis brazos. Sentí mucho miedo.
El diagnóstico, despues de una profunda investigación, es que subió su temperatura a causa de una infección en su oído, y la fiebre fuera de control, causó una convulsión febril.
La escena, es para olvidar. Y nunca se está preparado para una situación como esta. Pero si tienes un niño menor de 5 años, es posible que te suceda, y nunca está de más estar por lo menos informado de lo que se tiene que hacer.
Hoy, mientras Andrés duerme, y oigo un pequeño ruidito, tengo que despertar y verificar que todo esté en orden... me lo han dicho en otras ocasiones: "...es sólo el comienzo... los hijos nunca dejan de preocuparte..."
¡Andrés, hijo, qué susto nos sacaste!
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2 comentarios:
Todavía puedo recordar ese escalofrio que me recorrió cuando la vecina, casi llorando, me dijo que se lo acababan de llevar al hospital, y ese temblor en mis piernas cuando me dijo que parecía que había "broncoaspirado" ...
Con todas esas voces en mi cabeza y el miedo de perderlo (fueron los minutos más largos de mi vida)subí al carro sin saber en que hospital estarían (solo recuerdo que manejaba muy mal) 2 o 3 claxons no lograban aturdirme más de lo que ya estaba, llegar a urgencias, bañada en llanto y agitada, después de haber corrido un par de cuadras con la angustia de no saber que era lo que pasaba, en ese primer hospital me ayudaron a investigar en donde estaba y que ya se encontraba estable...
Desde que Andrés nació hace casi 2 años cualquier intento de llanto me hacían despertar y verificar las cosas triviales, ahora despierto abruptamente, y me estoy volviendo más aprensiva y sobreprotectora.
Yep. Es terrible que a los hijos les pasen cosas... cualquier cosa, más una convulsión febril, o ver cómo sufren en una enfermedad, o en una desilusión.
Valor chicos, y ánimo
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