Los accidentes automovilísticos son una cruda realidad.
Sabemos que por el simple hecho de salir a la calle en un automovil, estamos expuestos a estar involucrados en un accidente, ya sea por cometer una imprudencia, o un descuido, o ser víctima y sin tener ningún tipo de responsabilidad, sufrir las consecuencias.
Decirlo así de simple y llano, implicaría que a sabiendas de esa posibilidad, debería estar preparado para que algo así me ocurriera. Pero no es así.
El sábado, al inicio de nuestro fin de semana, en camino a Zapotlán El Grande, tuvimos un accidente: Un camión de carga, súbitamente cambió de carril, invadiendo el espacio de una camioneta pickup, que tuvo que frenar así, rápidamente... nosotros (Edi, mi hermano, en el asiento del copiloto, Lina detrás de él, Andrés, dormido en el asiento trasero, apoyando su cabeza en las piernas de su mamá y yo al volante), frenamos, casi simultáneamente, para evitar alcanzar a la defensa de la camioneta, pero una camioneta Durango, con protección antichoques, no supo leer lo que estaba ocurriendo, o por distracción, no pudo frenar, hasta que destrozó toda la parte trasera del Golf de mi esposa.
Primero, la sorpresa de una violenta sacudida y no entender lo que está sucediendo, después, el escalofrío al ver los miles de cristales que llueven en el interior del auto, el terror de imaginar lo peor, y antes de que termine el primer segundo después del impacto, el enorme sentimiento de coraje e impotencia que se atora en la garganta y evita cualquier tipo de grito o quejido.
Luego el silencio.
-"¿Están bien?" pregunté con un nudo en el estómago esperando escuchar sólo un "sí" como respuesta.
-"...sí." Responde Edi.
-"...estamos bien." Dice Lina con una mano en la cabeza y la otra en el pecho de Andrés que sigue acostado.
Me dolía la espalda, los hombros y el cuello... pero más me dolia aguantarme las ganas de salir inmediatemente del auto y gritarle a ese idiota hasta desahogar ese coraje.
Nos salimos de la carretera, en un acotamiento, y sin muchos aspavientos, cruzamos un par de palabras. Le llamamos a nuestros seguros, y con mucha dificultad, por el temblor de mis manos, encendí el primer cigarrillo.
El parabrisas trasero, estaba convertido en una una pedacera de pequeños cristales en el interior, en nuestras ropas y cabellos; la defensa hecha pedazos, la puerta de la cajuela deforme.
Pero lo más dañado hasta el momento era mi tranquilidad.
Andrés ya estaba sonriendo, como siempre, queriendo caminar y señalando con su dedo todo cuanto le llamaba la atención... y yo, en cambio, sin poder evitar imaginar las terribles consecuencias que pudimos sufrir... que Andrés, vulnerable, frágil y ligero, pudo sufrir.
La sóla idea me vuelve a apachurrar el estómago.
Llegaron los ajustadores, y al encender mi cuarto cigarrillo, pude reflexionar de lo injusta que era la situación.
Por un lado, 'el imprudente', no tuvo ningún daño considerable en su vehículo. Podía continuar su viaje a Autlán, sin ningún problema, y con un pequeño 'deducible', limpiaba su culpa y reparaba los daños que causó.
Nosotros, en cambio, seguíamos temblando y sobándonos el cuello y espalda... seguíamos alterados, pensando en las terribles consecuencias como pesadillas; tuvimos que suspender nuestro viaje, asustados, y ahora el coche de Lina estará fuera de servicio por lo menos 4 semanas. Todo eso ¿quién nos lo paga? ¿Cómo lo recuperamos?
Hoy, despues de que creo haber superado esa terrible experiencia, no me queda más que agradecer a Dios que estemos completos, sanos, y que, apesar los inconvenientes y de las incomodidades de no tener un coche, no puedo evitar sentirme nuevamente bendecido por tener la oportunidad de escribir en este post, sólo una anécdota que no pasó a mayores.
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