Andrés se ha negado decir palabra alguna. A veces, en una "frase de sus borucas", puedo escuchar que dice "pa-pá", pero para no hacerme ilusiones, debo suponer que lo aleatorio que pueden ser los limitados fonemas de mi hijo, la combinación de "pa-pá", es tiene una alta probabilidad de aparecer en cualquier momento.
Por otro lado, entiende ya muchas cosas: le decimos: "Ven", y viene. "Dame", y pone la galleta que trae en su mano en mi boca... "Toma", y extiende su mano para agarrar lo que se le ofrece. "Siéntate", con unas palmaditas en su banquito, y se sienta. Le decimos "Házme unos ojitos", y los cierra de una manera diferente a como parpadea normalmente... "¿Dónde está mi nariz?" y me aprieta la nariz hasta que me la deja roja. Le decimos "¿Vamos a la calle?" y se acerca sin titubear a la puerta de salida, tratando de alcanzar la cerradura.
La única palabra que me temo que no ha aprendido su correcto significado es el universal concepto "NO". Cuando estoy cómodamente sentado viendo algún programa de televisión, y veo que Andrés se ha metido en la cocina, y ha abierto el cajón donde Lina guarda los frascos con los condimentos, y ha sacado el frasco de pimienta negra o la botella de salsa inglesa, y tengo que decidir si pararme de mi cómodo sillón y perderme algunos diálogos de mi serie, o ignorarlo y concentrarme en la tele, siempre opto por un enérgico grito que cualquiera debería entender: "Andrés, No!", que en la teoría, cualquier niño debería sentirse sorprendido y dejaría de nuevo las cosas en su lugar, apenado y se iría a su cuarto a meditar sobre sus actos. Pero con Andrés así no funciona. Mientras más fuerte es mi "NO! MUCHACHO!"; sus ojitos no pueden evitar mostrar que está sintiendo un placer insano. Como si verme gritándole como loco desde mi silla, fuera incluso más placentero que echarse la sal de ajo encima. Puedo gritarle tratando de imponerme como líder de la casa, pero le importa tanto como dejar caer el frasco de las hierbas aromáticas.
Y siempre termina la escena, cuando me tengo que levantar, sacudirle las manos, cerrar los frascos, poniéndolos en su lugar, cerrando el cajón y por supuesto, perdiéndome siempre partes importantes de mi programa.
Con mi cara de enojado, le dijo que "eso no se hace"... a lo que responde mostrándome sus 8 dientitos en una risa burlona. Lo abrazo y lo llevo a sentarse junto a mí, para que, en la primera oportunidad está ahí, otra vez, con esa mirada pícara abriendo poco a poco el mismo cajón.
Lo mismo pasa con su fascinación por meter las manos en el bote de la basura de la cocina, o por entrar al baño y querer jugar con el agua de la taza, o cuando insiste en subirse a una silla. Pareciera que sabe perfectamente lo que queremos decir cuando usamos la palabra "NO", pero que, al tener conciencia de que está haciendo algo prohibido, comienza a descubrir lo placentero que es todo lo que no debemos hacer.
Es difícil saber lo que pasa en el cerebro de un niño de casi 14 meses. Su cerebro no deja de estar trabajando. Todo lo vé, todo lo quiere tocar, todo cuanto puede escalar, lo hace, y en esa tremenda curiosidad, siempre se está metiendo en situaciones que nosotros los adultos, presumimos como "peligrosas", "antihigienicas", o "incómodas"; pero cuando un niño deliberadamente desobedece los sabios consejos de sus padres a tan temprana edad, augura una niñez y adolescencia muy complicada.
Por otro lado, entiende ya muchas cosas: le decimos: "Ven", y viene. "Dame", y pone la galleta que trae en su mano en mi boca... "Toma", y extiende su mano para agarrar lo que se le ofrece. "Siéntate", con unas palmaditas en su banquito, y se sienta. Le decimos "Házme unos ojitos", y los cierra de una manera diferente a como parpadea normalmente... "¿Dónde está mi nariz?" y me aprieta la nariz hasta que me la deja roja. Le decimos "¿Vamos a la calle?" y se acerca sin titubear a la puerta de salida, tratando de alcanzar la cerradura.
La única palabra que me temo que no ha aprendido su correcto significado es el universal concepto "NO". Cuando estoy cómodamente sentado viendo algún programa de televisión, y veo que Andrés se ha metido en la cocina, y ha abierto el cajón donde Lina guarda los frascos con los condimentos, y ha sacado el frasco de pimienta negra o la botella de salsa inglesa, y tengo que decidir si pararme de mi cómodo sillón y perderme algunos diálogos de mi serie, o ignorarlo y concentrarme en la tele, siempre opto por un enérgico grito que cualquiera debería entender: "Andrés, No!", que en la teoría, cualquier niño debería sentirse sorprendido y dejaría de nuevo las cosas en su lugar, apenado y se iría a su cuarto a meditar sobre sus actos. Pero con Andrés así no funciona. Mientras más fuerte es mi "NO! MUCHACHO!"; sus ojitos no pueden evitar mostrar que está sintiendo un placer insano. Como si verme gritándole como loco desde mi silla, fuera incluso más placentero que echarse la sal de ajo encima. Puedo gritarle tratando de imponerme como líder de la casa, pero le importa tanto como dejar caer el frasco de las hierbas aromáticas.
Y siempre termina la escena, cuando me tengo que levantar, sacudirle las manos, cerrar los frascos, poniéndolos en su lugar, cerrando el cajón y por supuesto, perdiéndome siempre partes importantes de mi programa.
Con mi cara de enojado, le dijo que "eso no se hace"... a lo que responde mostrándome sus 8 dientitos en una risa burlona. Lo abrazo y lo llevo a sentarse junto a mí, para que, en la primera oportunidad está ahí, otra vez, con esa mirada pícara abriendo poco a poco el mismo cajón.
Lo mismo pasa con su fascinación por meter las manos en el bote de la basura de la cocina, o por entrar al baño y querer jugar con el agua de la taza, o cuando insiste en subirse a una silla. Pareciera que sabe perfectamente lo que queremos decir cuando usamos la palabra "NO", pero que, al tener conciencia de que está haciendo algo prohibido, comienza a descubrir lo placentero que es todo lo que no debemos hacer.
Es difícil saber lo que pasa en el cerebro de un niño de casi 14 meses. Su cerebro no deja de estar trabajando. Todo lo vé, todo lo quiere tocar, todo cuanto puede escalar, lo hace, y en esa tremenda curiosidad, siempre se está metiendo en situaciones que nosotros los adultos, presumimos como "peligrosas", "antihigienicas", o "incómodas"; pero cuando un niño deliberadamente desobedece los sabios consejos de sus padres a tan temprana edad, augura una niñez y adolescencia muy complicada.
Andrés mientras ordena por olores los frascos de condimentos de la cocina de su casa.
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