miércoles, diciembre 22, 2010

Debió ser hace casi 30 años, en la víspera de navidad como ahora, que mis papás nos compraron un nacimiento en Tlaquepaque. Lo recuerdo perfectamente. Eran unos muñequitos de barro pintados de blanco con vivos dorados y negros.

Originalmente los pusimos en una mesita junto al sillón, a un lado de la ventana. Seguramente era de los primeros nacimientos que yo veía, y el primero que armé con mucha ilusión.

En esas fechas, en cada casa a la que iba, a cada tienda, en cada lugar, buscaba encontrar un nacimiento. Los contemplaba todos. Me sorprendía encontrar figuras originales que enriquecían la puesta en escena: diablitos, ángeles, animales de todo tipo, muchos pastores en todas las variantes posibles, en fín.

Pero hubo algo, una única cosa, que quería para mi nacimiento que apenas tenía al Señor San José, a la Virgen María, al niño Dios en su cunita, los tres reyes magos, una vaca y un burro: Quería una cabañita. Un portal dónde meter todas las flamantes figuritas.

Le pedí a mi papá que me comprara una, y él me dijo que era algo que se podía hacer en casa. Entonces le pedí que me hiciera una.

-¿Papá, me haces una casita para mi nacimiento?
¿Papá? - y le jalaba el pantalón para que me hiciera caso.

Recuerdo que se lo pedí una y otra vez, y siempre encontraba un pretexto para posponer ese proyecto. Pero yo no dejaba de insistir hasta que un día, despues de muchos intentos lo acorralé de tal manera que no tuvo oportunidad de escaparse.

Recuerdo con mucha claridad que se sentó en la mesa del comedor, tenía una caja vieja de zapatos, una navaja, un lápiz y una regla. Y sin hacer mucho preámbulo, comenzó a trazar rayas sin un sentido aparente en la caja ante mis ojos curiosos y llenos de sorpresa.

Sin duda no tardó más de 10 minutos cuando la navaja le ayudaba a retirar trozos de cartón, y la caja de zapatos, poco a poco se fue convirtiendo en una moderna, estilizada, simple y adorable casita para mi nacimiento. Mi sonrisa no era suficiente para expresarle mi agradecimiento y mi admiración por la facilidad con la que hizo esa artesanía. Pero eso no era todo: Con pedacera de papel para envolver regalos, que tenía el estampado de grandes ladrillos rojos, hizo unos recortes para forrar la nueva casita y darle un acabado increíblemente encantadora. Mis ojos no podían estar más abiertos, atónitos ante una obra de arte que había surgido de una caja y un papel que se rescató de la basura. Mis manos pequeñisimas, tomaban la figura y la giraba para poder contemplar cada detalle, sus ventanas, su cerca con cada uno de sus troncos, la forma en que se dispuso el tejado... todo con una precisión y nivel de detalle que superaba por mucho la casita que yo me habría imaginado.

Inmediatamente, puse todos los monitos dentro de la caja y debí pasar horas contemplando y jugando con ese nacimiento.

No recuerdo, a la distancia de los años, qué fue lo que pedí y qué fue lo que me trajo de regalo el niño Dios. Pero esa navidad de principios de los 80's, será inolvidable para mí, por ese fantástico regalo que mi papá me hizo completando ese nacimiento que todavía tengo tan presente.

Hace unos días, mientras organizabamos el cuarto de los niños -en plural-, desprendimos una lámina de cartón donde Lina y yo teníamos un control gráfico de los proyectos de nuestro negocio. Hasta hace poco, el cuarto de Andrés era tambien nuestra oficina y ahí teníamos un pintarrón, un corcho con un montón de pendientes pegados, y esta enorme lámina de cartón que al final, estaba lleno de rayas que ya nadie leía. Todo éso, junto con muchas otras cosas de la "oficina", tendrán que salir para darle el espacio al hermanito de Andrés.

El caso es que, un día de esta semana, cuando llegué a la casa, me encontré esa lámina que debía ir a la basura, con un enorme trazo de un nacimiento que Lina dibujó. Andrés me esperaba con sus pinceles y unos botecitos de pintura de muchos colores.

-¿Papá me pintas mi nacimiento?
¿Papá? - y me jalaba el pantalón con una mano y sacudía la otra con un puño de pinceles.

-Esta historia ya me la sé. -Pensé. -Y ya sé cómo terminará todo esto.

Así que me puse en "ropa de carácter", organizamos los colores, y comenzamos a pintar.

Esa noche, Andrés pintó hasta que él mismo se sintió cansado y me pidió que terminaramos para ir a dormir. Pero pintó con mucha pasión. Con la actitud de un profesional. Eligió adecuadamente los colores de la postal, y con mucha paciencia pintó grandes áreas del cartón con finísimos pinceles diseñados para hacer dibujos pequeños.

Ya en cama, unos segundos antes de dormir, nos dijo: "¿Nos está quedando bien bonito el nacimiento, verdad?" -Sí, hijo, muy bonito. Le dijo Lina.

No estoy seguro si Andrés recuerde dentro de 30 años qué regalos recibirá esta navidad. Pero lo que yo le estoy pidiendo al niño Dios, es que me conceda que mi hijo recuerde esa noche como la noche en la que hicimos juntos un enorme nacimiento, y que nunca olvide la hermosa sonrisa que pudimos pintar en su rostro mientras pintábamos al niñito Dios.


Andrés innova pintando una estrella anaranjada, mientras su papá trata de corregir las manchas azules que debían pintar el vestido de la Virgen.

Andrés y su papá terminan la primera etapa de la acuarela. Le han invertido ya un par de horas y el dibujo ya va tomando forma.

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