Cada noche, la receta para dormirlo es diferente. Mecerlo en su cuna, o arrullarlo en los brazos, debería ser suficiente, pero con Andrés, nunca es predecible. Lo que una noche funciona, no siempre es garantía de tener el mismo resultado la noche siguiente. Cantarle por las noches, en ocasiones ha funcionado... Una vez, Lina le cantó esa famosa canción de los elefantes que uno por uno se iban subiendo a una telaraña... y con eso tuvo... pero a la noche siguiente, Lina perdió la cuenta y el número de elefantes era tan grande que ya no rimaba en la canción.
Otra noche, le canté una de esas canciones de cuna que las abuelas usaban muy eficientemente para dormir a los niños y lo logré. Tras repetir la fórmula, con esa misma canción le provoqué cólico.
Hemos intentado de todo. Una teoría era que debíamos cansarlo para agotar su reserva de energía. El método fué bueno sólo para mí, pues esa noche, rendido, dormí como un verdadero angelito.
A veces, Andrés no para de reir y con esas increíbles ganas de gatear y juguetear por todos lados... pero a veces, llora y no hay poder humano que lo consuele y nos deje dormir a nosotros y a los vecinos.
Esta actividad nocturna de dormir a Andrés, es a veces, como armar un rompecabezas diferente cada noche... y como todo juego de mesa, es tambien, en ocasiones muy divertido. Es además, una de esas actividades donde mi jóven familia se reune en una habitación, y podemos estar juntos y abrazados.
Y al final, después de lo fácil o difícil que hubiera sido dormirlo, cuando termina metido en la cama, en medio de los dos, y cuando gira y pone su pequeña mano en mi cara, me hace sentir muy feliz.
Hoy, que estoy descalzo, en una cama ajena, chateando con quién esté conectado y navegando por los canales de la televisión, y despues de cenarme un club sandwich, me doy cuenta de lo mucho que echo de menos a Lina y a mi hijo.
¿Y cómo no extrañar a este angelito?
Andrés, en su cuna, quien para no variar, no se ha querido dormir.
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