Esta mañana, Lina, comenzó con contracciones que poco a poco se han ido haciendo más frecuentes e intensas.
Terminamos con los preparativos, y guardamos en la maleta los últimos detalles. Nos aseguramos de que el coche tenga suficiente gasolina y las llantas estén perfectamente infladas.
En la guantera están las tarjetas de los seguros y un mapa con las rutas alternas para llegar al hospital. Tenemos anotados los números de emergencia (como el celular del ginecólogo, el del hospital, el de una ambulancia) y los primeros contactos que sabrán cuándo sea la hora.
Incluso, el coche ya está guardado de reversa en la cochera, para salir de frente y de inmediato.
En casa, mi esposa tiene ya listo el mueble con toda la ropa que le pondremos... Está la bañera, el moisés y las cobijitas que usaremos.
Las lociones, jabones y champúes, pañales, talco, pomadas, biberones, baberos, gorritos... Todo está ya en su lugar, esperando que todo suceda en cualquier momento.
No he soltado mi teléfono, nuestro ginecólogo nos ha advertido que puede suceder en cualquier momento; cuando digo que en cualquier momento, está considerado el minuto mientras escribo estas líneas.
Hemos intentado imaginar mil veces cómo podría ser el momento del parto: Pero debe ser el síndrome del padre primerizo que nos bloqueamos en cualquier cosa y no lo hemos logrado.
Hace unos minutos, uno de mis mejores amigos, me preguntó que si ya sabía qué sería lo primero que le diría al tenerlo en mis brazos... y creo que es lo único que tengo claro hasta este momento... La única imágen que puedo traer a mi imaginación, y que muero de ganas de vivirla, es abrazarlo y decirle: "¿Cómo estás hijito?"
A.
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